¿Sabemos realmente qué es lo que estamos comiendo?

Ene 1, 2017

El sabor de las comidas de nuestras abuelas ya no es fácil de encontrar. La transformación industrial de los alimentos trajo progresos pero también efectos indeseados.

Se estima que en países occidentales como el nuestro, el promedio de comida ingerida por una persona durante toda su vida es de 2 a 3 toneladas. Teniendo en cuenta estas enormes cifras, no es novedad que los alimentos se encuentren relacionados con las enfermedades que padecemos. Por ejemplo, se considera que el 35% de los casos de cáncer se deben a los malos hábitos alimentarios.

En los últimos cuarenta años, nuestros hábitos alimentarios han tenido una transformación cultural y sociológica que nos hace comer no siguiendo nuestros instintos y deseos sino por imposición de fuerzas externas, como corporaciones de la industria alimentaria que quieren que comamos lo que ellos producen para aumentar sus ganancias, independientemente de la calidad de sus productos.

Algo se ha hecho evidente durante estos últimos años:
¿Qué sucede con la leche que ahora nunca se corta?
¿Por qué la Universidad de Harvard recomienda limitar el consumo de lácteos?
¿Por qué están teniendo menos sabor los vegetales que conseguimos en las verdulerías?
¿Qué es el jarabe de alta fructosa que aparece en la mayoría de los productos?
¿Por qué están aumentando en nuestro país los casos de enfermedad celíaca?
¿Por qué hay cada vez más niños obesos?

El desmesurado aumento de los casos de obesidad infantil en el mundo llevó hace poco a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a advertir que la actual generación de niños «podría ser la primera en muchísimo tiempo en tener una esperanza de vida menos elevada que la de sus padres».

Argentina presenta la triste distinción con el mayor porcentaje de obesidad infantil en niños y niñas menores de cinco años en América Latina.

Asimismo las alergias alimentarias son un problema creciente. Aunque no se conoce en profundidad las razones de este cambio, la prevalencia de las alergias alimentarias y las reacciones severas asociadas a ellas parece estar aumentando. Lo mismo sucede con las enfermedades crónicas no transmisibles: obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de cáncer.

Asumir responsabilidades

Hoy se sabe que las personas no podemos garantizar la calidad y seguridad de los alimentos que consumimos, por lo que es imprescindible el compromiso de la industria y todos los niveles de responsabilidad (gobierno, empresas, entidades científicas, universidades, profesionales de la salud, medios de comunicación) que son los que deben planificar y organizar acciones concretas para ayudarnos a elegir a favor de nuestra salud.

La antropóloga argentina Patricia Aguirre se refiere al tema diciendo que “se insiste en divorciar el comportamiento individual de su base social como si cada individuo fuera un Robinson en su isla, aislado de la dinámica que lo rodea. Son los procesos sociales los que determinarán una particular constelación de factores de riesgo: abundancia de energía barata, barreras arquitectónicas al movimiento, construcción del gusto”.

Sólo la ciencia y la industria están en condiciones de mantener y mejorar la calidad de los productos; de eliminar sustancias perniciosas para reducir los riesgos de enfermedad. Los avances en bromatología, bioquímica y nutrición han permitido enormes progresos, aunque con el alto costo de privar a los consumidores de muchos productos naturales y a distanciarlos de las comidas caseras. El sabor de las comidas de nuestras abuelas ya no es fácil de encontrar.

Una información nutricional certera y fácil de entender, junto a una mejor educación acerca de cómo usar esta información para realizar elecciones saludables y económicas, debe ser el eje de las intervenciones de todos los sectores involucrados. Esas acciones deben apuntar a educar a las nuevas familias y a la nutrición de sus niños.

Los decisores de la salud de la población, deben abocarse a mejorar cada uno de los determinantes del consumo, que continúan siendo tanto oportunidades como desafíos y hasta amenazas para la salud pública: la información nutricional, rotulados simples de interpretar, el marketing responsable, los aditivos, ciertos métodos de procesamiento, los costos, la conveniencia, el sabor.

Hasta el momento, llama la atención la actitud mansa y distraída de las principales asociaciones científicas relacionadas directa o indirectamente con la nutrición de los argentinos. Muchos congresos, muchas charlas, pero casi ninguna acción de educación frente al arsenal publicitario referido a alimentos.

Hace unos meses la joven periodista Soledad Barruti publicó el libro “Malcomidos”. Esta original y audaz publicación hace una fuerte crítica a la cadena agroalimentaria nacional diciendo “armados con un arsenal que incluye topadoras, grandes y modernas máquinas, millones de litros de agroquímicos y semillas transgénicas de multinacionales, la frontera agrícola industrial que produce commodities que cotizan altísimo en las Bolsas del mundo se extiende de manera ilimitada, mientras desbarata la que queda de un país que históricamente supo hacer alimentos sanos para todos.”

Este llamado hacia un cambio necesario requiere decisión, generosidad, sentido común y creatividad. ¿Estará la industria y el estado a la altura del desafío?
Y esto no es nada, es apenas el comienzo de lo que se avecina si hacemos nada.


*El autor es médico clínico especialista en nutrición. Forma parte del equipo interdisciplinario Mindfulness Argentina Visión Clara. jmartinromano@gmail.com.

Fuente: Clarín.com