Soledad Barruti
En general me cuesta recomendar libros, páginas web, pero hoy deseo recomendar al último libro de Soledad Barruti “Mala leche. El supermercado como emboscada”. Debería ser de lectura obligatoria para todos quienes deseen comprender como la industria alimentaria está diezmando nuestra salud.
Si bien todo su contenido es imperdible, aquí, entre otros, tomé algunos breves párrafos en los que alerta sobre los comestibles que se ofrecen para nuestros niños.
Dice Soledad, entre tantas verdades…
La esencia del problema de la alimentación de hoy en día se repite en todo lo que consumimos que proviene de los supermercados. Ya se pudieron ver los daños colaterales ya son muy evidentes: Argentina tiene la tasa de niños obesos menores de 5 años más alta de la región y (¡oh qué ironía!) el programa de nutrición más importante en escuelas lo dicta Coca-Cola.
En 2014 la OPS alertó a los gobiernos latinoamericanos sobre el desastre que estaba generando la sustitución de comida de verdad por ultraprocesados; sin embargo, seguimos confiando en las palabras destacadas en el frente de los paquetes: jugo y manzana, fuerte en proteínas, rico en calcio. Cuando leemos los ingredientes, vemos que el de pera, y el de uva, y el de frutos tropicales están hechos de lo mismo: agua, 48 gramos de azúcar, colorantes, conservantes, antioxidantes, 10 o 5 por ciento de jugo de alguna fruta (que no siempre tiene nada que ver con la que anuncia la etiqueta), saborizantes, aromatizantes (esos sí relacionados con la fruta de la etiqueta).
La OPS fue tajante: a medida que aumenta el consumo de ultraprocesados, se multiplican las enfermedades como: diabetes tipo 2, hipertensión, daños cardiovasculares y algunos tipos de cáncer.
No es fácil ver la trampa cuando está tan a la vista. Casi todo (dulce y salado) tiene azúcar. Hay ejemplos como:
– el yogur de frutillas no tiene frutillas;
– el chocolate en polvo no tiene cacao;
– las galletitas de distinto sabor son todas harinas y aceites de mala calidad, aditivos y una variedad de saborizantes y aromatizantes;
– los nuggets de pollo son maíz y vísceras;
– las hamburguesas de carne tienen más soja que carne.
Todo lo que está en el supermercado tiene los mismos componentes: harina blanca, almidón, aceite de soja, maíz y palma, colorantes espesantes, conservantes, sal y azúcar.
Soledad, cual detective en el supermercado y acompañada por la médica y neurocientífica Jimena Ricatti, cuentan por qué las cajas de cereales de desayuno muestran simpáticos tigres o elefantes además de azúcar, chocolate, promesas de fibra, vitaminas y bajo colesterol, manipulación sensorial sobre el gusto. Los yogures y postres decorados con dinosaurios y pastillas de colores.
Pocas cosas resultan tan simples de identificar en una góndola como la comida para niños: paquetes vistosos cubiertos con personajes conocidos y, luego, los anzuelos para los adultos: vitaminas, minerales y probióticos que señalan que lo mejor de la nutrición encarnó en un postrecito, un pan o un paquete de cereales.
Las marcas, dice Ricatti, siempre procuran agarrar a los más chicos porque en la primera infancia es cuando el sistema de recompensa se fija. Y, si logran engancharlos, los convierten en clientes para toda la vida. El problema es que éstos comestibles están extra azucarados, espesados con almidón, sin vitaminas, ni minerales, ni fibras naturales, ofrecen calorías vacías que deslumbran al cerebro y nos vuelven insaciables. Si se le agregan grasas el efecto se multiplica.
La comida infantil hoy es un negocio pujante: leche chocolatada con galletitas a la mañana y patitas de pollo al mediodía, jugos azules o rojos en la escuela, un alfajor para el recreo y cada tanto una que otra Cajita Feliz.
Los ultraprocesados -bautizados así por los investigadores- son todos los productos resultantes de procesar una y otra vez en plantas industriales los mismos ingredientes: azúcar, sal, grasas baratas, derivados de la leche y harinas refinadas con aditivos: saborizantes, texturizantes, colorantes y fortificantes que dan como resultado productos ultra tentadores pero carentes de las cualidades más importantes que debe tener un alimento: frescura, historia, nutrientes naturales y fibras propias. Y, que, sin los aditivos, ejemplos como las patitas de pollo, las salchichas, las hamburguesas y embutidos serían incomibles por su composición grasas, piel, pelos, vísceras, cartílagos mezclados con harina de soja o maíz, aceite de mala calidad, nitratos y nitritos para conservar, colorantes, saborizantes y aromatizantes.
Resultado: estas presentaciones provocan estímulos sensoriales fuertes que avisan que dentro de estos paquetes hay grandes cantidades de azúcar y grasas: exactamente lo que el cerebro está programado para buscar. Son dos ingredientes amarrados a nuestro instinto de supervivencia. Hasta ayer no más en la historia de nuestra especie no era fácil encontrar ninguna de estas cosas en grandes dosis, menos una pegada a la otra y jamás en formatos similares a los que hay hoy en góndolas.
Los comestibles modernos no brindan vitaminas, minerales ni fibras en estado natural. O sea, no alimentan. Y consumir cosas que no alimentan en la infancia conduce a varios problemas. Entre ellos, a un desarrollo mucho más limitado de la función cerebral.
Soledad entrevista a Carlos Montero, médico, investigador y epidemiólogo brasileño: “Acá lo que hay es una guerra: de un lado está la industria que ofrece sustitutos alimentarios y del otro un movimiento en defensa de la comida de verdad: la única receta que existe para recuperar la salud, la cultura y la naturaleza”. Y continúa, “un pan puede ser harina, agua, sal y levaduras, o veinticinco ingredientes más que modifican la textura, el color, el sabor y el placer que produce comerlo. El primer pan entra en el rango alimento, el segundo es un ultraprocesado engañoso y adictivo. Entre uno y otro hay una diferencia abismal.”